Discurso premio nobel - Gabriel Garcia Márquez

viernes, 5 de septiembre de 2014

Discurso de aceptación del Premio NobelLa soledad de América Latina (1982)




Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos.

 Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. 

Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte.

 Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.

 Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. 

Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias.
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Nuestro afiche

viernes, 5 de septiembre de 2014

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Monologos

viernes, 5 de septiembre de 2014
Buenos días, vamos a dejar un monologo de una de nuestras talleristas de abolicionismo. 

En la entrada de este taller podrán encontrar mas escritos de este tipo.

Gracias

Diana la escapera.

Me llamo Diana, voy por los cuarenta años, soy viuda, y tengo cinco hijos.  De mi nombre puedo contar muchas cosas, pero la realmente definitiva es que mi padre escogió mi nombre porque así se llamaba su amante de turno.  Lo descubrí una noche en la que mi madre salió a rezar y mi padre la metió en la casa.  Ellos estaban en la sala a oscuras, no se habían percatado de mi presencia porque estaba debajo del sofá donde se encontraban copulando.  Entre jadeo y jadeo, ella le agradecía por haberla honrado poniéndome su nombre, eso era mejor, decía, que dejar a mi madre… De mis cuarenta años… miles de historias, no pararía de hablar en, por lo menos, otros cuarenta años o quizás hasta que muera.  En todo caso, para este juicio, para ustedes mi querido público, he reservado algunos acontecimientos que sin duda se relacionan con el hecho de mi condena:

Tenía seis años cuando sucedió la primera vez: eso de confundirme y tomar la propiedad ajena como si fuera propia.  Mi casa, en Manrique, se encontraba unida con las casas vecinas por un solar.  Ese solar era una zona común en disputa desde cincuenta años atrás, las peleas vecinales llegaron hasta la muerte, ahí falleció mi abuelo.  En ese solar había gallinas, conejos, y flores.  Ese día estaba mi madre apoyada en el balcón mirando esa suculenta fauna mientras sus tripas silbaban.  Yo la vi, ahí tan linda, con esos ojos hermosos que parecían tirados a la fuerza en esa cara desnutrida, dando la sensación de que mi madre era solo ojos. 

En fin, ella ahí, añorando los sancochos de gallina que hacía el abuelo… y yo con mis seis años a cuestas, todas las historias sangrientas del vecindario y las novelas que día a día veía con mi madre y que minuto a minuto acababan con mi inocencia, me confundí y pensé que esa gallina que mi madre miraba fijamente le pertenecía a ella porque mi abuelo había muerto por ello.  Salté del balcón como lo hacía sin que mi madre se diera cuenta, cogí la gallina, trepamos las dos, juró que ella me ayudó, me refiero a la gallina, parecía feliz, creía yo, de regresar a casa, y ahí las dos, gallina y yo estábamos frente a mi madre que nos miraba de un modo que no puedo describir.

Ahí, señores estaba mi madre con esos ojos negros, bien abiertos, sorprendida, en su mente, me contó después, en plena guerra, estaba por un lado la moral que le imponía el padre todos los domingos en la iglesia, esa de los mandamientos, y, por el otro, esas tripas zumbando, y en un  segundo, ese específico segundo, ese que define, sin duda alguna mi biografía y que ha definido los minutos que precedieron a mi captura , en ese segundo, señores y señoras, querido público y su eminencia, señor juez,  perdieron la guerra las XII  tablas y la ganó las ansias de comer… mi madre cocinó la gallina, el sancocho fue el almuerzo de ese día, quedó negro, la gallina era vieja,  pero ese segundo, esa jugarreta de los seis años han definido todos y cada uno de los acontecimientos que me tienen aquí frente a ustedes…

Ya les dije que soy viuda.  Me case a los 15 años. Él era un Dios en el barrio, tenía una profesión inconfesable, digamos que cuidada la terraza de don Pablo con su propia vida y la de ustedes, lo explico así para que me entiendan, sin tener que decirlo todo.  Yo era la oficial entre un millar, pero a eso estaba acostumbrada recuerden el suceso del sofá, todas las novelas latinoamericanas que me vi desde que nací y además todo lo que rezaba mi madre.  Estuvimos juntos diez años.  Si miró atrás siento que siempre estuve embarazada y parturienta.  Muy sola.  Entre coitos y partos, comiendo sancocho, porque fueron diez años en los que estuve, estuvimos rodeados de gallinas. La profesión de Oscar era de alto riesgo y sin derecho a pensión.  Esta historia no es original, eso le pasó a casi todas las mujeres de mi generación porque no tuvimos el valor de hacernos lesbianas. 

Ahora hablo de mis niñas y mi pequeño.  En realidad solo quiero contar que en el primer año después de la muerte de mi marido me quedé paralizada, a toda hora en una cama.  Se me vino de golpe toda la tristeza de mis amigas viudas, de mi anciana madre y de todas las abuelas.  Cuando por fin pude mirar alrededor y pensar en alguien que no fuera yo, me di cuenta que mis niñas y mi niño, parecían mi madre cuando yo tenía seis años, un saco de huesos con dos ojos que se ven tan grandes en sus caritas que parecen fuera de lugar, como si no les pertenecieran.  Sus tripas sonaban en la mañana justo a la hora del cereal.  Al almuerzo justo a la hora de los frijoles y a la cena justo a la hora de la arepa.  Saqué fuerzas y decidí buscar las gallinas que me pertenecen porque mi abuelo murió por ello.  Ahora no tengo solar, ese lugar ya es tan solo un basurero.  A mis vecinos no podría despojarlos de nada, eso es lo único que me enseñó el comunista de mi padre, pero no puedo negarles a mis hijos lo que les pertenece sólo por el hecho de necesitarlo, esa fue la gran lección que me dio mi madre a los seis años acerca de lo que significa la propiedad privada. 

¿Qué podría hacer entonces? Entré a ese gran almacén de cadena, pensaba que iba a cometer un pecado venial, no me di cuenta de que ustedes “pueblo imbécil”, no lo ven así, hasta que después de 14 años de ejercer la profesión, yo la invisible fui vista, por primer vez, por los sapos; de la gravedad de mi hecho me percaté cuando ustedes en multitud se abalanzaban amenazantes, me linchaban… agradecí que su verdugo llegara, porque en medio del miedo se me vino de golpe toda la inocencia que creía pérdida ya a los seis años, y cuando él me detuvo y me trajo aquí, tan solo pude sentirme a salvo.  Ahora, cuando los veo tan dispuestos a encerrarme, ahora cuando estoy frente a todo su desprecio, me doy cuenta querido público, me doy cuenta su señoría, que no tenía que temerle a la avalancha de violencia que se cernía sobre mí, eso era un gaje del oficio; el verdadero sufrimiento estaba por venir, ser testigo y víctima de su indolencia.  Si señores ustedes me desprecian y yo no sentiré vergüenza porque en este momento he decido que no podrán encarcelarme!!!!  
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Informacion

jueves, 4 de septiembre de 2014
Buenos días, Vamos a dejar por aquí  algunos fragmentos de o­­bras y artículos de interés para el tema, esperamos los lean y se preparen para el martes 9 de septiembre.


Muchas  gracias
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