El castigo como venganza, la venganza como privación
de la libertad: adiós a la cárcel
En
este taller podrán abordarse temas tales como: el racismo y el clasismo del
sistema carcelario y judicial colombiano; la privación de la liberta como
negación de derechos y la anulación de las personas; las posturas abolicionistas.
También se podría abordar preguntas tales como: ¿es inútil la prisión?, si se
eliminan las cárceles, ¿habrá impunidad?, ¿habrá penas alternativas?...
Olga la puta asesina.
Olga, digamos que
así me llamo; tengo tantos nombres como marcas en mi cuerpo, cada uno me sirve
para la ocasión, cada una, cuenta la historia de una herida escabrosa. Hoy que estoy aquí frente a ustedes obligada
a explicarme, siento que enfrento una prueba perdida de antemano, no es una
novedad, así me he sentido desde la primera vez en que me disocié de mi
cuerpo. Fui detenida a la misma hora en
la que tenía que estar en clase de rumba.
Aunque no lo crean, reservo el 10% de mi sueldo para pagar un gimnasio,
muy pequeño, en un hueco, pero indispensable para alargar los años que me
quedan, me quedaban de profesión.
Si fuese a relatar
los sucesos relevantes de mis cinco años, que son cruciales para entender mi
vida, debo evocar mi clase preferida con Alejandro, él es un negro a carta
cabal que siempre cuando bailamos mapalé mueve con mucha fuerza sus caderas,
mientras corren chorros de sudor por su todo su cuerpo.
Les decía que tenía cinco años. Estaba jugando en el galpón, en la finca de
mi padre. Él era un potentado de la región, un esclavista de estas épocas,
odiado, admirado y temido. Para mí un hombre patético pero con un gran poder
destructor. Siempre me metía allí a
corretear a los conejos, a las gallinas y a los niños negros. El “Alejandro” de esa época siempre me reñía,
no quería que mi padre se enterase de que su hijita estaba por allí con el
material de desecho. Ese día estaba sola, tenía mi muñeca preferida, cuando en
un instante, sin que me diera cuenta él se abalanzó sobre mi pequeño cuerpo, me
abrió las piernas e irrumpió con tanta fuerza que yo perdí el
conocimiento.
Sé que se preguntarán
dónde estaba mi padre mientras “Alejandro” me hacía eso, permítanme que
decepcione tan pronto a sus prejuicios instalados a punta de novelas gringas y
de clichés de abuelos, mi padre era el violador, “Alejandro” mi defensor, pese
a que días después, en una sala parecida a ésta, yo declaraba que quién había
acabado mi “virtud” era él, fue un testimonio muy ensayado, ahí mostró mi madre
su increíble talento no sólo para mentir sino también para ser maestra de
escuela. Las enseñanzas de mis padres,
de esos días, sin duda alguna han sido definitivas en mi arte de esculpir las
máscaras que me pongo día a día para cumplir con eficacia mis tareas profesionales.
A los quince años
llegó Aurelio, otro hombre digno, dignísimo de ser olvidado. Ese día hizo
muchos negocios con mi padre. Mi padre
en medio de la euforia por los buenos rendimientos le encimó una mercancía más:
le dio a su hija en matrimonio. Esos
años a su lado fueron tan grises que no los cansaré con detalles, él era un
sádico impotente, henchido, en el sentido literal de la palabra, por sus
excesos. Yo iba a misa en las mañanas y
rezaba el rosario en las noches. Le
mentía al cerdo todo el día y a toda hora y esas mentiras y su pereza me
mantuvieron a salvo muchas noches. Si no
fuera por ellas, esas mujeres, todo seguiría igual, yo no estaría aquí a punto
de ser condenada, quizás estaría allí, sentada junto a ustedes queridas damas,
preguntándome cómo es posible que una mujer de cuna haya sido capaz de tanta
inmundicia.
Todas esas mujeres que eran
perseguidas por sus clientes cuando se vestían de policías, saltaban por el
techo de mi casa huyendo de ellos, algunas caían al patio donde yo cultivaba
con mucha melancolía unos hermosos San Joaquines, entonces las escondía hasta
que estuvieran a salvo, las alimentaba, las acariciaba, las escuchaba, las veía
tan lindas y tan libres, tan valientes con esas minifaldas rotas, los labios
rojos y todo ese rubor en las mejillas…
Una noche de
extremo hastío, Felicia se tiró a mi patio sin que yo me diera cuenta. Aurelio la vio, la agarró por la espalda y le
restregó su polla flácida por el culo, ella chilló, seguro tanta repugnancia le
dolió, él le dijo: te voy a entregar puta y yo me fui contra él y sin que él se
lo imaginara le asesté una puñalada en el corazón, con tanta rabia, cobrándole
todo lo que me habían hecho a los cinco años, que él murió al instante y
Felicia y yo salimos corriendo como hermanas, unidas por mi pecado mortal,
dispuestas a cometer más; y yo sin siquiera pensarlo, sin ningún remordimiento,
estaba ya muy preparada para la profesión.
La moral enseñada por mi madre implantó el germen de mi inmoralidad, las
lecciones de macho de mi padre, a tan tierna edad, me instruyeron en el arte de
salirme de mi cuerpo mientras ellos lo tratan como desechos de vertedero.
Todas las lecciones de mi vida juntas me
tenían lista para la legión de coitos, insatisfacción y mal aliento pesimamente
pagados, todo eso era el precio que tenía que pagar por decirle a todos ustedes
en su propia cara que es lo mismo en este pueblo ser señora o puta, todos son
cuerpos que no valen; quizás la única diferencia, al menos en mi caso, es que
matar a Aurelio, salir corriendo por el techo como ellas, me hizo sentir por un
instante como un pájaro, me hizo sentir liviana, como de otro mundo, una bruja,
una hereje… tener sexo con ella, con Felicia, me permitió ser una misma
mientras jadeaba, cuerpo y yo, yo y cuerpo y eso señores ustedes no me lo
robarán ni recordándome el infierno en el que habitaré por no haber respetado
los dictados de género de su “civilización”.
Los homicidios
cometidos por las mujeres contra los hombres tardan más en prescribir que todas
las violaciones contra niñas juntas y elevadas a la potencia. Es esa moral la que me tiene aquí en frente
de ustedes. Ustedes me miran con
desprecio, yo los aborrezco, el juez está aquí condenándome en su nombre,
ustedes son legión y yo sólo una puta entre muchas, esa es la historia de la
vida misma, la historia inventada por padres y madres cobardes, ustedes están
aquí decididos a encarcelarme y yo de nuevo los decepcionaré, querido público,
pueblo imbécil, después de tantas cárceles, la de mi padre, la de la iglesia,
la de la escuela, la de Aurelio, la de mi madre, después de haber estado
recluida tantas veces, he decidido que ustedes ¡no podrán encarcelarme!
Marina Carmona
alias La Terrorista.
Todo lo que diré
aquí deberá ser asumido como verdadero siempre que estén dispuestos a aceptar
que semánticamente de lo verdadero en este mundo no se ha dicho la último
palabra. Lo primero que deben recibir
con beneficio de inventario es mi nombre.
Me llamo Marina Carmona. Ustedes
me acaban de declarar TERRORISTA, por tanto, podrán comprender que tenga muchos
nombres y en esa medida Marina Carmona es mi nombre verdadero.
¿Por qué puse una bomba en un concesionario
que se llama Los coches? Porque me
gustan los coches. Es así, me gustan, me gustan mucho. En todo caso, ustedes esperan que todo en la
vida, hasta los gustos: la pequeña jugarreta de la bomba y los daños
colaterales: los 10 muertos, los 40 heridos, los daños patrimoniales… tenga una
explicación mucho más compleja y profunda.
Ustedes necesitan pensar que detrás de un acto tan violento deben haber
explicaciones oscuras, no pueden aceptar que poner una bomba sea un simple acto
que se planea mucho tiempo para llenar las horas que conforman los días de
terrible aburrimiento, no, eso no puede ser tan sólo un simple gesto de ingenio
o de mal gusto… quizás tengan razón!, aplicaré entonces la duda metódica, eso
de lo que no logró desprenderme desde que leí a Descartes a los 14 años:
entonces el acto terrorista quizás deba explicarse en mi infancia, en los
viajes, en las malas influencias…
Antes de pasar a
ese relato déjenme incluir un paréntesis. No puedo evitar decirles que ustedes
se han referido a mis gustos y a los daños colaterales con artículos e incisos
y con unas categorías que parecen ser el reflejo de unas clasificaciones que
buscan con un anhelo, científicamente sospechoso, ser darwinianas: conducta
típica, antijurídica y culpable. No
quiero ofenderlos tan pronto, pero recuerden que soy bióloga marina con un
doctorado en sociología y una científica de mi envergadura nunca deja pasar
algo así sin protestar. Ese modo de
proferir mi condena, eso que les permite cambiarme el nombre de un modo tan
definitivo, ya no soy Marina Carmona, ni la Chiqui, ni la Holandesa, desde hoy y
para siempre me llamo: ¡TERRORISTA!; eso que ustedes hacen con ese lenguaje
técnico jurídico para parecer racionales, lo único que logra demostrar es la
precariedad de su pensamiento y de su argumentación, si ellos son evaluados
desde la perspectiva de la lógica formal y de la filosofía moral.
No sé si me
entiendan, pero al menos espero que los relatos más personales de mi infancia,
de mi familia, de mis viajes, etc., les ayude a identificar el momento en el
que fallaron todos sus dispositivos de control cuando trataron de implantar la
estructura psíquica de su sociedad en un cuerpo tan pequeño. Ese fallo, ese específico fallo, hizo que yo
no tuviera la facultad de la ceguera, la capacidad de no ver toda la inmundicia
que produce la especie humana, ustedes y yo, en nombre de la civilización.
Ahora sí mis
orígenes… pero recuerden que ustedes deben asumir los hechos, que aquí relato
como verdaderos, en los términos ya expuestos: ¡algo más que recibir con
beneficio de inventario!
Soy de una familia
adinerada. Ellos y sus antepasados se debatían entre ser médicos, artistas,
políticos y locos. En ellos hay una
mezcla de todo. Por ejemplo tengo un tío
que es médico y político, en su orden.
Primero un cirujano impresionante, admirado, escuchado y luego
congresista. Una lástima, sus años de
madurez desperdiciados, muy patético, pero le quiero, a todos los he querido.
Mis padres. Él médico-neurólogo, ella bacterióloga. El con estudios doctorales y posdoctorales,
ella no ejerció su profesión. Una típica
relación patriarcal. Él incapaz de
expresar sus sentimientos, su amor, ella se quedó huérfana a los 3 años de
vida, desde ese día se le instaló un pozo de amargura que le ha impedido
sentirse satisfecha. A nosotros nos
trataron ejemplarmente, en la medida de lo posible, si tenemos en cuenta que
ambos tuvieron infancias duras por diversas razones, los dos muy solos por
contingencias distintas, en definitiva seres incapaces de querer como él otro
lo necesita. Esta historia es tan
trillada… si piensan en sus familias o realizan algunas entrevistas, se darán
cuenta que todos los relatos tendrán eso en común… padres incapaces de ser
felices, de dar amor, de querer como sus hijos necesitan, porque simple y
llanamente están haciendo lo mismo que sus padres. En fin, pasemos a otro suceso de mi vida.
Me encanta el
mar. Estudié biología marina en la Universidad
de
Stanford. Mis momentos con el mar fueron
cruciales en mi infancia, aprendí a nadar, a bucear, fui campeona nacional de
apnea. Ese amor por el agua, la exploración y el deporte me lo inculcó mi padre
y luego era el único lugar donde me sentía a gusto, muy sola, en silencio, si
tener que hablar.
Un
día, a los 5 años, estábamos mi padre, mi madre y yo comiendo en un restaurante
muy de moda en la ciudad, con precios inaccesibles que todos pagaban bajo la
promesa de servir comida internacional.
Allí estábamos en una tarde de verano, ubicados en la parte externa,
mirando a la calle… cuando de repente se acercó un padre mutilado con un niño
pequeño, no pasaba de 6 años, que le ayudaba a caminar, ambos estaban
harapientos, sucios y con una mirada que sólo podía ser lograda a punta de
mucho sufrimiento. Se acercaron a
pedirnos comida, yo les pregunté qué si habían dejado el dinero en casa. El padre se puso a llorar. El niño dijo como un autómata que eran
desplazados de la violencia ejercida en nombre del liberalismo, del
conservadurismo, ah no, eso fue hace más de cincuenta años, perdonen es el
aturdimiento de quien se confiesa, fueron desplazados por la violencia de un
paramilitar o de un guerrillero o quizás de un presidente. Realmente no logro recordar, ustedes
perdonaran mí mala memoria, en fin, creo que el niño sólo dijo: ¡SOMOS
DESPLAZADOS!
Ese
fue el día en el que fallaron esos dispositivos de la ceguera. Ya no pude cerrar mis ojos simulando que los
tenía abiertos. Deje de hablar durante
un año. Me sometieron a terapias del
lenguaje, me llevaron donde del psicólogo, me llevaron muchas veces a nadar,
empecé a practicar un poco de apnea, muy dirigido, con instructor cuidando cada
paso, recuerden que son relatos de mi infancia.
El mar me dio un poco de fuerza… empecé a tartamudear…muchos años de terapia,
de miradas tensas, de gente que se iba sin que yo terminará de expresar el
impacto del viejo llorando y del niño autómata, ni mis padres sabían esperar al
final del relato, nadie, absolutamente nadie… a partir de ahí nadé y leí.
A
los siete años me leí Juan Salvador Gaviota, entero, completico y empecé a amar
a todos los animales. Me aterraba la
gente, al principio, después me produjeron una terrible repugnancia, era muy
callada, ese defecto que me torturaba hizo que me volviera taciturna y que desarrollara
mi olfato, era, me es muy difícil no olerlos, sus sudores, sus fluidos llegan a
mí nariz a pesar de sus trajes, de sus tacones, de toda la tonelada de
maquillaje y laca, de sus corbatas y de sus buenos modales.
A
la par que todos ustedes me repugnaban, crecía mi amor por los animales. Me fui a estudiar biología-marina. Lejos de casa, tenía 16 años, toda una
proeza, presenté el examen de admisión en una computadora, no me entrevistaron,
ocupe el primer puesto, me fui becada fuera del país, me despedía de mis
padres, ellos no lloraron pero se veía que estaban conmocionados. Yo sí lloré, no me atrevía a decirles que los
amo porque recuerden que era tartamuda, nadie, casi nadie, esperaba a que
terminara una frase completa, tan si quiera una palabra, y deje de esforzarme y
empecé a parecerme a todos ellos. Seres
incapaces de amar como los demás lo necesitan.
Los
años de la Universidad, fueron geniales.
Fui aceptada, bajo la condición de que no hablara, por un grupo de
estudiantes, muy jóvenes, aunque no tanto como yo, que se fueron poco a poco
transformando. Pasaron de nerds becados
a metaleros, góticos, aprovechados.
Saqueábamos tumbas. A solas
además de meterme todas las ciencias básicas posibles en la cabeza, aprendí
tres idiomas. A solas era capaz de
expresar frases enteras en otras lenguas, si llegaba alguien o se me ocurría
usar el español, volvía el tartamudeo, pero realmente, sin algarabías, esos
años fueron divertidos; especialmente porque me convencieron de que para
recuperar mi locuacidad tenía que borrar de mi cabeza y de la faz de la tierra
al viejo llorando y al niño autómata.
Me
metí a la clase de química un día.
Hablaron de la pólvora. Me fui a
la biblioteca encontré mucho entusiasmo por la fabricación de bombas. Regresé al país después de muchos, muchos
años. Tengo 31 años de vida, soy bióloga
marina con un doctorado en sociología.
La sociología, va, otro embuste, no perdamos tiempo en eso…
No
hablaré del recibimiento… ni de las puertas que toqué para que contrataran a
una científica tartamuda…voy a entrar en materia… un día de mucho aburrimiento
decidí comprar un carro. Fui al
Concesionario los Coches. Allí se me
ocurrió que para acabar con mi problema del habla y del alma tenía que poner
una bomba. Me convencí de eso enseguida,
mi pensamiento cartesiano falló, otro fallo del sistema que me alejó de la
estructura psíquica que los envuelve a todos ustedes en ese manto de
ceguera. No dudé ni un segundo, lo digo
por sí no han tenido tiempo, entre tanto inciso, de leer la duda metódica. De algo les habría servido para entender que
era eso del in dubio pro reo, la duda se resuelve a favor del reo, lo traduzco
por si las acaso…Ciertamente en ese libro hay un indicio de la mentira tan grande
que hemos construido en nombre de la civilización y del arma letal que es creer
que sólo la racionalidad acompaña a la capacidad cognitiva. No dudé ni un segundo, puse la bomba, sabría
qué pasaría, murieron personas y otras quedaron heridas. Ahí sentí algo, pero no tanto como a los seis
años. Me fui y al instante empecé a
hablar, así, miren no he parado de hablar, no he tartamudeado ni una sola vez.
Mi
historia no es original, es trillada.
Les regalo el arquetipo. Hay otra
terrorista que se engendró a punta de privilegios y tartamudeos, en EE.
UU. De ella habla Roth en Pastoral
Americana. Deberían leerla. Quizás dirán que esto que les conté es un
parafraseo de ese relato, y seguramente con eso, después de condenarme a 40
años de prisión, sin ninguna posibilidad de salir, me añadirán un cargo más,
violación a la propiedad intelectual, plagio, art… del código penal. Mi defensa serán ustedes. Ustedes serán la prueba de mi inocencia por
ese cargo y a la vez son ahora quienes me condenan, todos, todos ustedes, no
sólo los disfrazados de jueces y de fiscales, ustedes aquí que vienen a
fisgonear el sufrimiento humano para sentirse buenos por lamentar la suerte de
los condenados y superiores porque hasta ahora nadie se ha dado cuenta de que
son infractores.
Sé
que no habrán entendido nada. Su idiotez
demostrará que yo no robé ninguna historia, ¿cómo pueden dar por verdadera la
historia de una terrorista? ¿Cómo
pudieron pensar que era tartamuda?
Después de esto quizás no tenga que pasar por otro juicio. Ustedes preferirán que esto se quedé en la
impunidad para que no salga a la luz que ustedes no leyeron un libro del que
hablaron cuando se dieron cuenta que Roth era un premiado escritor
norteamericano, algunos quizás lo compraron en edición de lujo, se sentaron a
leerlo en el almuerzo al que llegaría un amigo, o en la cafetería donde van a
tomar tinto todos los miserables del Palacio de Justicia. El objetivo no era conocer como se incubaba
una terrorista, el éxtasis lo encontrarán ustedes sólo en el hecho de los demás
los vean leyendo…
Será
condenada sólo a 40 años. Todos los
minutos que conforman esos 40 años los dedicaré a la fabricación de una bomba
más potente. Una con un alcance mayor,
que tal una atómica… sola no puedo.
Necesito a la Escapera a quien besaré para que sepa que entiendo su
resentimiento. A la puta le pagaré, lo
necesita para sentirse libre de toda la mierda que le dejaron su padre, su
esposo, su madre… el toxicomano, bueno, será muy fácil mantenerlo a mi lado,
todo con tal de evitar ese síndrome de abstinencia. No puedo contar con nadie más. Una niña rica que la están usando como chivo
expiatorio, saldrá pronto y ahí sí que fueron útiles los dispositivos de la
ceguera… los demás, las demás… no se puede confiar en ellas, en ellos: son víctimas y verdugos; traidores y estúpidos…
La
próxima vez que sepan de mí será cuando desde la UTE de cualquier cárcel del
país o del mundo salga volando como las gaviotas, sin necesidad de decir nada,
con mucha gente acuestas, pero como saben a mi nada me importa y eso es tan
sólo porque antes de estar aquí yo también estaba presa!!!!.
Steven Acevedo Orozco - Institución Educativa Benjamín Herrera
ResponderEliminarAlvaro Cahuana Isaza - Institución Educativa Benjamín Herrera