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Gracias
Diana la escapera.
Me llamo Diana, voy
por los cuarenta años, soy viuda, y tengo cinco hijos. De mi nombre puedo contar muchas cosas, pero
la realmente definitiva es que mi padre escogió mi nombre porque así se llamaba
su amante de turno. Lo descubrí una
noche en la que mi madre salió a rezar y mi padre la metió en la casa. Ellos estaban en la sala a oscuras, no se
habían percatado de mi presencia porque estaba debajo del sofá donde se
encontraban copulando. Entre jadeo y
jadeo, ella le agradecía por haberla honrado poniéndome su nombre, eso era
mejor, decía, que dejar a mi madre… De mis cuarenta años… miles de historias,
no pararía de hablar en, por lo menos, otros cuarenta años o quizás hasta que
muera. En todo caso, para este juicio,
para ustedes mi querido público, he reservado algunos acontecimientos que sin
duda se relacionan con el hecho de mi condena:
Tenía seis años
cuando sucedió la primera vez: eso de confundirme y tomar la propiedad ajena
como si fuera propia. Mi casa, en
Manrique, se encontraba unida con las casas vecinas por un solar. Ese solar era una zona común en disputa desde
cincuenta años atrás, las peleas vecinales llegaron hasta la muerte, ahí
falleció mi abuelo. En ese solar había
gallinas, conejos, y flores. Ese día
estaba mi madre apoyada en el balcón mirando esa suculenta fauna mientras sus
tripas silbaban. Yo la vi, ahí tan
linda, con esos ojos hermosos que parecían tirados a la fuerza en esa cara
desnutrida, dando la sensación de que mi madre era solo ojos.
En fin, ella ahí,
añorando los sancochos de gallina que hacía el abuelo… y yo con mis seis años a
cuestas, todas las historias sangrientas del vecindario y las novelas que día a
día veía con mi madre y que minuto a minuto acababan con mi inocencia, me
confundí y pensé que esa gallina que mi madre miraba fijamente le pertenecía a
ella porque mi abuelo había muerto por ello.
Salté del balcón como lo hacía sin que mi madre se diera cuenta, cogí la
gallina, trepamos las dos, juró que ella me ayudó, me refiero a la gallina,
parecía feliz, creía yo, de regresar a casa, y ahí las dos, gallina y yo
estábamos frente a mi madre que nos miraba de un modo que no puedo describir.
Ahí, señores estaba
mi madre con esos ojos negros, bien abiertos, sorprendida, en su mente, me
contó después, en plena guerra, estaba por un lado la moral que le imponía el
padre todos los domingos en la iglesia, esa de los mandamientos, y, por el
otro, esas tripas zumbando, y en un
segundo, ese específico segundo, ese que define, sin duda alguna mi
biografía y que ha definido los minutos que precedieron a mi captura , en ese
segundo, señores y señoras, querido público y su eminencia, señor juez, perdieron la guerra las XII tablas y la ganó las ansias de comer… mi
madre cocinó la gallina, el sancocho fue el almuerzo de ese día, quedó negro,
la gallina era vieja, pero ese segundo,
esa jugarreta de los seis años han definido todos y cada uno de los
acontecimientos que me tienen aquí frente a ustedes…
Ya les dije que soy
viuda. Me case a los 15 años. Él era un
Dios en el barrio, tenía una profesión inconfesable, digamos que cuidada la
terraza de don Pablo con su propia vida y la de ustedes, lo explico así para
que me entiendan, sin tener que decirlo todo.
Yo era la oficial entre un millar, pero a eso estaba acostumbrada
recuerden el suceso del sofá, todas las novelas latinoamericanas que me vi
desde que nací y además todo lo que rezaba mi madre. Estuvimos juntos diez años. Si miró atrás siento que siempre estuve
embarazada y parturienta. Muy sola. Entre coitos y partos, comiendo sancocho,
porque fueron diez años en los que estuve, estuvimos rodeados de gallinas. La
profesión de Oscar era de alto riesgo y sin derecho a pensión. Esta historia no es original, eso le pasó a
casi todas las mujeres de mi generación porque no tuvimos el valor de hacernos
lesbianas.
Ahora hablo de mis
niñas y mi pequeño. En realidad solo
quiero contar que en el primer año después de la muerte de mi marido me quedé
paralizada, a toda hora en una cama. Se
me vino de golpe toda la tristeza de mis amigas viudas, de mi anciana madre y
de todas las abuelas. Cuando por fin
pude mirar alrededor y pensar en alguien que no fuera yo, me di cuenta que mis
niñas y mi niño, parecían mi madre cuando yo tenía seis años, un saco de huesos
con dos ojos que se ven tan grandes en sus caritas que parecen fuera de lugar,
como si no les pertenecieran. Sus tripas
sonaban en la mañana justo a la hora del cereal. Al almuerzo justo a la hora de los frijoles y
a la cena justo a la hora de la arepa. Saqué
fuerzas y decidí buscar las gallinas que me pertenecen porque mi abuelo murió
por ello. Ahora no tengo solar, ese
lugar ya es tan solo un basurero. A mis
vecinos no podría despojarlos de nada, eso es lo único que me enseñó el
comunista de mi padre, pero no puedo negarles a mis hijos lo que les pertenece
sólo por el hecho de necesitarlo, esa fue la gran lección que me dio mi madre a
los seis años acerca de lo que significa la propiedad privada.
¿Qué podría hacer
entonces? Entré a ese gran almacén de cadena, pensaba que iba a cometer un
pecado venial, no me di cuenta de que ustedes “pueblo imbécil”, no lo ven así,
hasta que después de 14 años de ejercer la profesión, yo la invisible fui
vista, por primer vez, por los sapos; de la gravedad de mi hecho me percaté
cuando ustedes en multitud se abalanzaban amenazantes, me linchaban… agradecí
que su verdugo llegara, porque en medio del miedo se me vino de golpe toda la
inocencia que creía pérdida ya a los seis años, y cuando él me detuvo y me
trajo aquí, tan solo pude sentirme a salvo.
Ahora, cuando los veo tan dispuestos a encerrarme, ahora cuando estoy
frente a todo su desprecio, me doy cuenta querido público, me doy cuenta su
señoría, que no tenía que temerle a la avalancha de violencia que se cernía sobre
mí, eso era un gaje del oficio; el verdadero sufrimiento estaba por venir, ser
testigo y víctima de su indolencia. Si
señores ustedes me desprecian y yo no sentiré vergüenza porque en este momento
he decido que no podrán encarcelarme!!!!
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